Juan Trigos: Soy Yo y El Mirón.



SOY YO

Hace dos vidas, tres, algunas reencarnaciones, el niño Rafael Sánchez de Icaza se tiró al ruedo de espontáneo – gritos, oles- y llanto, el toro le rasgó una pierna y lo lanzó –aire bruto- hasta el castillo de Chapultepec. Abrió los ojos –aturdido-, en la recámara de Maximiliano de Habsburgo. Del retrato de la pared –dando un brinco-, bajó Fray García Guerra. Dijo: Rafaelito, presentado para el arzobispado de México por Felipe III en octubre de 1607, vine a Nueva España y tomé el gobierno del virreinato el 17 de junio de 1611. Impuse el toro pese a mil espasmos de la tierra mandados por el señor Jesucristo. ¿Y a mí qué?, respondió el niño, alzando los hombros. Caramba, prosiguió el virrey, solo quiero decirte que comparto tu afición, chatito, yo fui sacerdote y político torero. ¿Y a mí qué? El espíritu de Maximiliano se materializó para decir: El virrey significa que si en vez de venir yo a gobernar hubiese descendido el poeta García Lorca, los liberales habrían triunfado después de cinco cornadas. Yo fui el toro de Juárez, me trinchó con sus banderillas y con la espada le dio cuello al imperio. ¿Y a mí qué?, quedé cojo e inservible, voy a recluirme en una agencia de publicidad. Vaya, dice el virrey; vaya, comenta Maximiliano; vaya, agrega García Lorca. Un mesero de blanco entra con una botella de presidente, diciendo: cuba de uva para los toreros. Ándale, Rafaelito, tómate una y decrece. El mesero revuelve con un pincel. Me siento más niño que Manolete. Y olé, responde el mesero. Moja en alcohol sus cuitas y vuelve al ruedo pintando. Nunca. El virrey comenta por lo bajo a García Lorca: A éste, como a mí, no lo asustan los temblores. Será alguien, lo juro por Dios. El poeta “sonriente”, responde: Juradlo por el capote, señor exgobernante, por la sangre derramada a las cinco en punto de la tarde. Por cierto, a esa hora habrá presentación, interrumpe Maximiliano. Vendrá Carlota, Don Antonio López de Santa Anna, Sor Juana Inés de la Cruz (“señor virrey, estáis como Rafaelito, sacáis toros de las orejas hasta el día de la pasión de Jesucristo”), Silverio Pérez, Emiliano Zapata y Obregón, muertos en el ruedo hace poco tiempo, dos o tres reencarnaciones. García Lorca se acerca a Rafael, convertido ya en adolescente y le dice: habrá presentación, muchacho, espabílate. ¿Y a mí qué? Te presentamos a Rafael Sánchez de Icaza, quien entra al cuarto de Maximiliano con cien años encima. Y ese ¿quién es? Tu persona pintura, responde Fray García Guerra, mi continuidad, la de Manolete y Arruza. El joven Rafael, viéndose grande, alza la copa y brinda, pero, enseguida, arroja el vaso contra la pared. Comienzo a conocerme. Entonces, no te enojes, murmura García Guerra. Y por qué no, contesta furioso Rafael el grande, casi convertido en un miura. Odio esconderme. Pinto lo que me habita. Mis rencores, mis sentimientos, mi rabia taurina. Lo que no esperábamos, dice Maximiliano, el retrato de la loca Carlota, se ha hecho popular a través de las cornadas. En vez de francés quiere ser mexicano. Es mexicano, expresa el mesero, poniendo sobre la cama una garrafa de pulque. Pero trabaja en publicidad y es casado, dice el retrato de Carlota, le roba tiempo a las noches y a los fines de semana, fuchi, satíricamente pensando, el pobre es un desastre. Continúa yendo a los toros. Torea. Pinta. Estiliza sus necesidades vitales, se las bebe –ron y pulque. He ordenado que se construya una puerta que va de la agencia a la galería. Rafael, pronto, entrará por esa puerta y ya no podrá regresar a los anuncios- anuncia el virrey. Prefiero los anuncios a comercializar, dice Rafael, el mayor, y yo también, repite como eco el adolescente. Maximiliano se sacude el polvo. Me gusta. Carlota lanza una carcajada. Me gusta. García Lorca recita “a las cinco en punto de la tarde”. Rafael adolescente y Rafael mayor se miran intensamente. ¿Quién eres tú? Soy tú. ¿Y tú? Soy yo. Nos encontramos en una plaza de toros.

Juan Trigos.





El Mirón

El mirón abre puerta y entra al mundo de Rafael Sánchez de Icaza, gran pintor taurino. ¿Qué puerta abre? La de la tradición –cundida de estampas toreras, relaciones verídicas que equilibran el conocimiento taurino con la representación. Pero también otra puerta. La de la invención –laberinto de lo imaginario. Y otra más: la que nos lleva a la factura clásica –hacer con el ojo más que con el concepto. Devolver al pintor su inteligencia visual. El mirón puede decidir adentrarse o salir azotando las puertas –yo vine aquí a verme reflejado en conceptos y no a través de imágenes que rebasan lo meramente conceptual, que van más allá de los prejuicios del ver, de la costumbre que repite una supuesta modernidad agotada por lo menos cincuenta años ha.

El mirón vuelve a hallarse frente a la obra porque ésta permanece en su lugar, colgada en la galería y en alma del receptor. Ahí –adentro- la repasa y la soba hasta que decide volver y atravesar las puertas que conducen a la novedad –lo no visto antes por otros pintores taurinos. El mirón abre entonces la puerta de su entendimiento y descubre –con satisfactoria y admirada sorpresa- que no había visto nada igual, porque Rafael Sánchez de Icaza conserva y renueva siempre anteponiendo su “ver privilegiado”.



Juan Trigos