REINVENTARIO: exposición.



REPARARSE, REPARIRSE Y REINVENTARSE

Leonardo Páez


El verdadero arte, aquel que perturba y desconforma, suele echar por tierra toda teoría racionalizadora al tiempo que refleja, con mayor o menor intensidad, el espíritu o aliento interior de quien lo crea.  

Hay en el pintor Rafael Sánchez de Icaza una actitud que desborda lo meramente artístico para alcanzar lo difícilmente humano, con una revisión alerta de su entorno y de sí mismo atenuada por una sonrisa de frescura casi adolescente. Oficio, disciplina e interioridad como soportes de su inspiración reparadora, no sólo en el sentido de arreglar, sino también de recuperar fuerzas, de mirar reflexivamente, de reconstruir lo en apariencia destruido.

Pertenece Rafael a esa rara estirpe de los que, aún jóvenes, ya vienen de regreso por razones de vida vivida y, sobre todo, de conciencia desarrollada. Sólo así se entiende la permanente evolución de sus conceptos estéticos, variedad de temas y solidez técnica, al servicio de una imaginación tan lúdica como reflexiva.

Además del arduo y placentero trabajo cotidiano, otro elemento sostiene las sucesivas etapas creadoras de Sánchez de Icaza: convicción de su quehacer, seguridad en sí mismo y en las expresiones que plasma en diversas vertientes, trátese de motivos precolombinos, vernáculos, musicales, religiosos o taurinos, que para sus pinceles no hay tema aborrecido ni obstáculo para mezclarlos.

Así, en esta refrescante exposición el autor apuesta por un original acercamiento a la estética precolombina, muy lejos del copismo –los óleos Guerrero jaguar y Guerrero águila, por ejemplo- y muy cerca de una personalísima imaginería; o de motivos espontáneamente mexicanizados por su pincel y colorido, como la innovadora visión del Valle de México en su deliciosa Ciudad chinampa, o el sorprendente cuadro Jazz mexicano, donde blues y glifos, simbologías e instrumentos,
“suenan” en insospechada armonía.

De hecho, la profunda musicalidad de Rafael, compositor de letras y melodías desde adolescente, le permite asimismo acometer la hazaña de pintar música, de plasmarla en el lienzo luego de escucharla para graficar los compases e incluso el género. Tales los casos del maravilloso Cielo Andaluz, cortado por una delicada y contundente serpentina policromada que “sonoriza” el enrojecido paseíllo, o Autorretrato con Carmen, donde la colorida voz del cantaor y sus serpenteantes quejíos llegan en forma de ave hasta el duende de la bailaora y su fantasioso, revelador vestuario.

Desde su afortunada incursión en diversas variantes del expresionismo, hasta el actual planteamiento estético de su obra, que Sánchez de Icaza ha bautizado como “surrealismo geométrico”, para definir de alguna manera su proceso de introspección y evolución a partir de una rigurosa revisión del trabajo previo, este artista registra y reitera en cada trazo los múltiples tonos, ritmos y señales de su espíritu creador, en un renacimiento laborioso y deliberado.

Espíritu entendido en el sentido esencial del término, como esa indescriptible fuerza vital universal que permea cuanto existe y de la que depende la vida de todo ser. De ahí la afortunada relación de la obra sanchezdeicaziana con el espectador, cuyo espíritu es inevitablemente tocado, si no es que alterado, por el del pintor, en una interconexión intensa, lúdica y dramática a la vez.

De ahí, también, la diversidad técnica y temática de Rafael, superadas las falsas disyuntivas entre lo universal y lo local y a prudente distancia de globalizaciones tan precipitadas como contraproducentes. A partir de una clara ideología que privilegia las propias raíces sobre las modas externas, este pintor nos ofrece una nueva interpretación, tan libre como amorosa e imaginativa, de las culturas, creencias e identidades que conforman el múltiple escenario de su país y de su espíritu mejor.